18 junio, 2010

Cuando era pequeño había precios reales y precios para las madres.
Con los precios reales te comprabas cosas nuevas y llamativas que te duraban dos semanas.. y con los precios para las madres te comprabas cosas marrones que te duraban toda la vida.
Pero cuando yo miraba los escaparates, veía otro mundo, un mundo de ensueño lleno de cosas ideales, un mundo donde los niños mayores tenían lo que querían,
eran taan guapos, como los príncipes.. ¡Ni siquiera necesitan dinero! ¡Tenían tarjetas mágicas!

Yo quería una.. y quien me iba a tener que acabaría teniendo 12!

Sabes esa sensación cuando un chico mono te sonríe y te quedas como embobado, y se te empieza a caer la baba? Pues eso es lo que me pasa a mí cuando veo una tienda.
Solo que multiplicado por cien.

Una tienda siempre huele bien, una tienda puede despertar en ti unos deseos inimaginables por cosas que ni sabias que necesitabas.. Y cuando tus dedos se aferran a esas bolsas nuevas y relucientes.. aiins..

 

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